miércoles, 19 de agosto de 2015

Extracto de la Introducción a "La Imaginación" de Jean-Paul Sartre

Miro esta hoja blanca que está sobre mi mesa; advierto su forma, su color, su posición. Estas distintas cualidades presentan algunos rasgos comunes: en primer lugar se ofrecen a mi mirada como existencias sólo susceptibles de ser comprobadas y cuyo ser no depende en modo alguno de mi capricho. Son para mí, no son yo. Pero no son tampoco el otro, es decir, no dependen de ninguna espontaneidad, ni mía ni de otra consciencia. Están presentes e inertes a la vez. Esta inercia del contenido sensible, a menudo descrita, es la existencia en sí. Es inútil discutir si esta hoja se reduce a un conjunto de representaciones o si es y debe ser algo más. Lo cierto es que mi espontaneidad no puede producir sin duda la blancura que descubro. Esta forma inerte, que está más acá de toda espontaneidad consciente, que es preciso observar, captar poco a poco, es lo que se llama una cosa. En ningún caso mi conciencia podría ser una cosa, porque su modo de ser en sí es precisamente un ser para sí. Existir, para ella, es tener conciencia de su existencia. Aparece como una pura espontaneidad frente al mundo de las cosas que es pura inercia. Podemos, pues, establecer, desde un comienzo dos tipos de existencia: en efecto, las cosas en cuanto inertes escapan al dominio de la conciencia; su inercia las salvaguarda y preserva su autonomía.

Pero he aquí que, ahora, miro en otra dirección. Ya no veo la hoja de papel. Veo ahora el papel gris de la pared. La hoja deja de estar presente, no está más ahí. Sin embargo, sé perfectamente que no ha desaparecido: su inercia la preserva de eso. Simplemente ha cesado de ser para mí. No obstante, hela aquí de nuevo. No he girado la cabeza, mi mirada está siempre dirigida hacia el papel gris; nada se ha movido en la pieza. No obstante, la hoja se me aparece de nuevo con su forma, su color y su posición; y sé perfectamente, en el momento en que se me aparece, que es precisamente la hoja que veía hace un instante. ¿Es en verdad ella en persona? Sí y no. Por cierto afirmo que es la misma hoja con las mismas cualidades. pero no desconozco que esa hoja ha quedado allá: sé que no gozo de su presencia; si quiero verla realmente, tengo que volverme hacia mi escritorio y dirigir la mirada hacia el secante en que está la hoja. La hoja que se me aparece en este momento tiene una identidad de esencia con la hoja que veía hace un instante. Y por esencia no entiendo solamente al estructura, sino también la individualidad misma. Sólo que esta identidad de esencia no va acompañada de una identidad de existencia. Es, sí, la misma hoja, la hoja que está actualmente sobre mi escritorio, pero existe de otro modo. Yo no la veo, no se impone como un límite a mi espontaneidad; no es tampoco algo inerte dado, existe en sí. En una palabra, no existe de hecho, existe en imagen.

Si me examino sin prejuicios, advertiré que distingo espontáneamente la existencia como cosa, de la existencia como imagen. No podría estimar esas apariciones que son las imágenes. No podría estimar esas apariciones que son las imágenes. Pero, constituyan o no evocaciones voluntarias, en cuanto aparecen, no se entregan como presencias sino como algo distinto. En esto no me equivoco jamás. Incluso se sorprendería considerablemente a quien no hubiese estudiado psicología si se le preguntara, después de explicarle lo que el psicólogo llama imagen: ¿Confunde usted a veces la imagen de su hermano con su presencia real? El reconocimiento de la imagen como tal es un dato inmediato del sentido íntimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario