martes, 2 de junio de 2020

RG

Según la Defensoría General porteña, los inmigrantes senegaleses representan el 57% de los casos de violencia institucional contra comunidades extranjeras.

Ibra tiene 33 años, mide alrededor de un metro noventa y su estado físico es el de un runner profesional. Llegó al país, como tantos otros senegaleses, con la promesa de una calidad de vida al menos un tanto mejor que la de su lugar de origen. Su única alternativa por el momento es la venta callejera. Sus pares le avisaron de los “funcionarios de espacio público” y su constante hostigamiento. Con el tiempo desarrollaron códigos para amenizar el trabajo; por ejemplo, si un colega vocea "Espacio, Espacio”, lo mejor es levantar campamento.
Lo que no le avisaron, lo que no pudo haber previsto, es que una mañana iba a llegar con su mercadería al barrio de Once para encontrarlo totalmente militarizado, con al menos una centena de efectivos policiales junto a los inspectores.
Ibra decide quedarse para hacerle el aguante a sus compañeros, pero al ver que los ánimos se caldean, se pone a correr. Un policía, al no poder interceptarlo, lo empuja y hace que su cabeza impacte de lleno contra un poste de luz. Ibra se desploma y no se vuelve a parar.
El efectivo le comunica al personal del SAME, recién llegados, que Ibra “se golpeó solo”. Sus colegas aseguran que le está faltando a la verdad, pero nada de eso cambia que Ibra sea arrastrado a la camioneta, sin camilla ni cuello ortopédico, mientras que los Inspectores de Espacio Público de la Ciudad confiscan su mercadería.
Este hecho está lejos de ser aislado. Una simple búsqueda en internet revela una cantidad considerable de registros de casos similares: comerciantes de origen senegalés siendo reducidos, tacleados, golpeados y heridos por policías; los transeúntes poniéndose de su lado, generalmente al grito de “no está haciendo nada”; y agentes de espacio público insultando y agrediendo a los que se atreven a filmar o sacar fotos.
En el 2018 el Ministerio Público de Defensa desarrolló un estudio, entre marzo y diciembre, en el que se registraron las imputaciones de 623 detenidos que fueron víctimas de violencia institucional, seleccionados mediante una encuesta. El informe revela una política sistemática de detenciones por parte de la Policía de la Ciudad. “Las personas que han manifestado haber sufrido hechos de violencia institucional fueron, a la vez, imputados de delitos penales o contravenciones” indica el informe, y precisa que de ese total, 527 fueron imputadas por delitos y 95 por contravenciones.
La mayor parte de los imputados por delitos se deben a atentado y resistencia contra la autoridad. “Se trata de un delito contra la propia Policía y en el que la prueba de la acusación es la propia fuerza”, expone el defensor general adjunto del Ministerio Público de la Defensa porteño, Luis Duacastella. La utilización de esa figura penal para justificar el uso abusivo de la fuerza es una constante desde la creación de la Policía de la Ciudad, siendo más frecuentes los casos desde el 2017 en adelante.
Con respecto a los imputados de contravención, el 77,9% se trata de Uso del Espacio Público y, entre ellos, la mayor cantidad de casos refiere al artículo que tipifica las actividades lucrativas sin autorización en la vía pública. El patrón queda claro: la mayoría de las víctimas de violencia institucional por parte de la policía de la ciudad y sectores de la policía federal que operan en capital, son comerciantes ambulantes.
Se registraron 10 casos en los que a las víctimas se les imputaron tanto contravenciones como delitos. En esos casos, además del artículo que apunta contra la venta en vía pública se sumó el delito por la ley de marcas, que impide la venta de productos falsificados (un modo más de criminalizar a los vendedores ambulantes).
Pero esa política del espacio público tiene en su aplicación un perfilamiento racial y social para el accionar policial, cuestión que queda clara cuando se considera que los casos de violencia institucional sobre la comunidad senegalesa representan el 57,5% de los casos de víctimas extranjeras.
“El caso de los ciudadanos senegalesas se transforma en un círculo vicioso porque su criminalización en el espacio público hace que no puedan obtener la documentación que les permite acceder a trabajos formales” expresó Duacastella, haciendo referencia a un informe presentado por el Grupo de Trabajo de Expertos sobre Afrodescendientes de la ONU, que estuvo en Argentina por invitación oficial entre el 11 y el 18 de marzo de 2019 y, tras reunirse con representantes de organizaciones afroargentinas, con funcionarios nacionales, provinciales y diversas organizaciones sociales y académicas en Buenos Aires, Santiago del Estero y Santa Fé, y evaluar la situación de los derechos humanos de dicho grupo étnico, reveló información “sobre discriminación racial, racismo, afrofobia y formas conexas de intolerancia”.
“La sociedad civil informó que las fuerzas de seguridad discriminan por perfilamiento racial a los afroargentinos. Los estereotipos negativos de los afrodescendientes los identifican como delincuentes peligrosos y violentos, narcotraficantes y trabajadores/as sexuales, todo lo cual contribuye a un control policial excesivo”.
También se expresaron sobre el problema particular de los vendedores ambulantes, postulando que “después de su arresto y detención sin orden judicial, son liberados por el fiscal o el juez. Esta práctica se repite como una herramienta de acoso sin ninguna necesidad de rendir cuentas”.
En la Argentina los senegaleses no cuentan hoy con herramientas para regularizar su situación migratoria. Se ven obligados a realizar actividades de subsistencia por las que son criminalizados, y la persecución policial les termina generando causas penales que luego les impiden obtener la condición de refugiados.
En lo que a una solución factible respecta, la amnistía otorgada en 2013 a los/as migrantes indocumentados resultó favorable en su momento. Por lo pronto no se deben dejar de tener en cuenta los trabajos de organizaciones como Djambari Buenos Aires, que se apropian de la misión de visibilizar esta problemática, a pesar de los aprietes y las amenazas que ha recibido su fundador, Federico Muiña, en varias oportunidades.

Fuentes:

● http://cosecharoja.org/asi-reprime-la-policia-de-la-ciudad/
● https://www.pagina12.com.ar/181992-la-xenofobia-de-las-fuerz
as-de-seguridad
● https://www.pagina12.com.ar/246073-un-fotografo-fue-demora
do-por-grabar-atropellos-contra-los-m

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Two Went to Sleep - Leonard Cohen

Two went to sleep

almost every night

one dreamed of mud

one dreamed of Asia

visiting a zeppelin

visiting Nijinsky

Two went to sleep

one dreamed of ribs

one dreamed of senators

Two went to sleep

two travellers

The long marriage

in the dark

The sleep was old

the travellers were old

one dreamed of oranges

one dreamed of Carthage

Two friends asleep

years locked in travel

Good night my darling

as the dreams waved goodbye

one travelled lightly

one walked through water

visiting a chess game

visiting a booth

always returning

to wait out the day

One carried matches

one climbed a beehive

one sold an earphone

one shot a German

Two went to sleep

very sleep went together

wandering away

rom an operating table

one dreamed of grass

one dreamed of spokes

one bargained nicely

one was a snowman

one counted medicine

one tasted pencils

one was a child

one was a traitor

visiting heavy industry

visiting the family

Two went to sleep

none could foretell

one went with baskets

one took a ledger

one night happy

one night in terror

Love could not bind them

Fear could not either

they went unconnected

they never knew where

always returning

to wait out the day

parting with kissing

parting with yawns

visiting Death till

tey wore out their welcome

visiting Death till

the right disguise worked

miércoles, 5 de octubre de 2016

Introducción a La Hojarasca

De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos: rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte. En menos de un año arrojó sobre el pueblo los escombros de numerosas catástrofes anteriores a ella misma, esparció en las calles su confusa carga de desperdicios. Y esos desperdicios, precipitadamente, al compás atolondrado e imprevisto de la tormenta, se iban seleccionando, individualizándose hasta convertir lo que fue un callejón con un río en un extremo y un corral para los muertos en el otro, en un pueblo diferente y complicado, hecho con los desperdicios de los otros pueblos.
Allí vinieron, confundidos con la hojarasca humana, arrastrados por su impetuosa fuerza, los desperdicios de los almacenes, de los hospitales, de los salones de diversión, de las plantas eléctricas, desperdicios de mujeres solas y de hombres que amarraban la mula en un horcón del hotel, trayendo como un único equipaje un baúl de madera o un atadillo de ropa, y a los pocos meses tenían casa propia, dos concubinas y el título militar que les quedaron debiendo por haber llegado tarde a la guerra.
Hasta los desperdicios del amor triste de las ciudades nos llegaron en la hojarasca y construyeron pequeñas casas de madera, e hicieron primero un rincón donde medio catre era el sombrío hogar para una noche, y después una ruidosa calle clandestina, y después todo un pueblo de tolerancia dentro del pueblo.
En medio de aquel ventisquero, de aquella tempestad de caras desconocidas, de hombres cambiándose de ropa en la calle, de mujeres sentadas en los baúles con los paraguas abiertos, y de mulas y mulas abandonadas, muriéndose de hambre en la cuadra del hotel, los primeros éramos los últimos; nosotros éramos los forasteros; los advenedizos.
Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir alguna vez, pero no contábamos con su ímpetu. Así que cuando sentimos llegar la avalancha lo único que pudimos hacer fue poner el plato con el tenedor y el cuchillo detrás de la puerta y sentarnos pacientemente a esperar que nos conocieran los recién llegados. Entonces pitó el tren por primera vez. La hojarasca volteó y salió a recibirlo y con la vuelta perdió el impulso, pero logró unidad y solidez; y sufrió el natural proceso de fermentación y se incorporó a los gérmenes de la tierra.

(Macondo, 1909)

miércoles, 19 de agosto de 2015

Extracto de la Introducción a "La Imaginación" de Jean-Paul Sartre

Miro esta hoja blanca que está sobre mi mesa; advierto su forma, su color, su posición. Estas distintas cualidades presentan algunos rasgos comunes: en primer lugar se ofrecen a mi mirada como existencias sólo susceptibles de ser comprobadas y cuyo ser no depende en modo alguno de mi capricho. Son para mí, no son yo. Pero no son tampoco el otro, es decir, no dependen de ninguna espontaneidad, ni mía ni de otra consciencia. Están presentes e inertes a la vez. Esta inercia del contenido sensible, a menudo descrita, es la existencia en sí. Es inútil discutir si esta hoja se reduce a un conjunto de representaciones o si es y debe ser algo más. Lo cierto es que mi espontaneidad no puede producir sin duda la blancura que descubro. Esta forma inerte, que está más acá de toda espontaneidad consciente, que es preciso observar, captar poco a poco, es lo que se llama una cosa. En ningún caso mi conciencia podría ser una cosa, porque su modo de ser en sí es precisamente un ser para sí. Existir, para ella, es tener conciencia de su existencia. Aparece como una pura espontaneidad frente al mundo de las cosas que es pura inercia. Podemos, pues, establecer, desde un comienzo dos tipos de existencia: en efecto, las cosas en cuanto inertes escapan al dominio de la conciencia; su inercia las salvaguarda y preserva su autonomía.

Pero he aquí que, ahora, miro en otra dirección. Ya no veo la hoja de papel. Veo ahora el papel gris de la pared. La hoja deja de estar presente, no está más ahí. Sin embargo, sé perfectamente que no ha desaparecido: su inercia la preserva de eso. Simplemente ha cesado de ser para mí. No obstante, hela aquí de nuevo. No he girado la cabeza, mi mirada está siempre dirigida hacia el papel gris; nada se ha movido en la pieza. No obstante, la hoja se me aparece de nuevo con su forma, su color y su posición; y sé perfectamente, en el momento en que se me aparece, que es precisamente la hoja que veía hace un instante. ¿Es en verdad ella en persona? Sí y no. Por cierto afirmo que es la misma hoja con las mismas cualidades. pero no desconozco que esa hoja ha quedado allá: sé que no gozo de su presencia; si quiero verla realmente, tengo que volverme hacia mi escritorio y dirigir la mirada hacia el secante en que está la hoja. La hoja que se me aparece en este momento tiene una identidad de esencia con la hoja que veía hace un instante. Y por esencia no entiendo solamente al estructura, sino también la individualidad misma. Sólo que esta identidad de esencia no va acompañada de una identidad de existencia. Es, sí, la misma hoja, la hoja que está actualmente sobre mi escritorio, pero existe de otro modo. Yo no la veo, no se impone como un límite a mi espontaneidad; no es tampoco algo inerte dado, existe en sí. En una palabra, no existe de hecho, existe en imagen.

Si me examino sin prejuicios, advertiré que distingo espontáneamente la existencia como cosa, de la existencia como imagen. No podría estimar esas apariciones que son las imágenes. No podría estimar esas apariciones que son las imágenes. Pero, constituyan o no evocaciones voluntarias, en cuanto aparecen, no se entregan como presencias sino como algo distinto. En esto no me equivoco jamás. Incluso se sorprendería considerablemente a quien no hubiese estudiado psicología si se le preguntara, después de explicarle lo que el psicólogo llama imagen: ¿Confunde usted a veces la imagen de su hermano con su presencia real? El reconocimiento de la imagen como tal es un dato inmediato del sentido íntimo.

jueves, 19 de agosto de 2010

El Genio de la Multitud - Charles Bukowski

Hay suficiente traición y odio, violencia, necedad en el ser humano corriente como para abastecer cualquier ejercito en cualquier jornada. Y los mejores asesinos son aquellos que predican en su contra. Y los que mejor odian son aquellos que predican AMOR. Y los que mejor luchan en la guerra son (al final) aquellos que predican PAZ. Aquellos que hablan de Dios, necesitan a Dios. Aquellos que predican paz, no tienen paz. Aquellos que predican amor no tienen amor. Cuidado con los predicadores, cuidado con los que saben. Cuidado con aquellos que están siempre leyendo libros. Cuidado con aquellos que detestan la pobreza o están orgullosos de ella. Cuidado con aquellos de alabanza rápida, pues necesitan que se les alabe a cambio. Cuidado con aquellos que censuran con rapidez: tienen miedo de lo que no conocen. Cuidado con aquellos que buscan constantes multitudes; no son nada solos. Cuidado con el hombre corriente, con la mujer corriente. Cuidado con su amor. Su amor es corriente, busca lo corriente. Pero es un genio al odiar. Es lo suficientemente genial al odiar como para matarte, como para matar a cualquiera. Al no querer la soledad, al no entender la soledad, intentarán destruir cualquier cosa que difiera de lo suyo. Al no ser capaces de crear arte, no entenderán el arte. Considerarán su fracaso como creadores sólo como un fracaso del mundo. Al no ser capaces de amar plenamente, creerán que tu amor es incompleto, y entonces te odiarán. Y su odio será perfecto, como un diamante resplandeciente, como una navaja, como una montaña, como un tigre, como cicuta.
Su mejor ARTE.